GOWANUS Autumn-Winter 2003 |
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CAZADOR DE GRINGAS por Mario Guevara |
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Me enamoraste con ese aire a putas
que llamea tu mirar brichero. -Ana Bertha Vizcarra Como le contaba, la gente nos ve
como a bicho raro. Cuando camino
¿Quiere saber sobre la millonaria
de anoche? Bueno, a esa gringuita la conocí en la taberna Qhatuchay.
Apenas ingresé al local, la vi y me dije: así me la recomendó
el médico; no se ría, es cierto, era bonita la fulana, usted
la conoce y no me dejará mentir. Estaba sola en una de las mesas,
mirando embobada al grupo de invidentes que interpretaban una canción
andina. Como le digo, me impresionó sobremanera y como hacía
días andaba pateando latas, mis bolsillos silbaban de pena. Ahora
el dinero no alcanza y eso me pasa desde que se marchó la norteamericana
con quien conviví durante meses. La gringa era cosa seria. Imagínese
que se enamoró locamente de mí, al extremo que prometió
enviarme el pasaje para visitarle. La experiencia me enseñó
que de esas promesas sólo viven los tontos. Pero no me quejo de
los meses que pasamos juntos. Tenía mujer que más parecía
maniquí de feria comercial, habitación en un hostal céntrico
y comida de lo mejor. Figúrese que mis bolsillos siempre aparecían
con dinero y todo por darle a la gringa un poco de amor. Y pensar que con
ese dinero me emborrachaba hasta quedar nublado y ella, sumisa como toda
esposa, me soportaba. ¿Y sabe por qué? Si algo me reprochaba
se iba su andean
¿Qué no me vaya por
la rama? Bien, iré al grano. Como le decía, la vi y al toque
me acerqué a su mesa. En este oficio la competencia está
al día. Ahora cualquier aprendiz de brichero te gana por puesta
de mano y eso jode, porque las probabilidades de computar gringas se reducen
a cero. Además, la gringa de anoche era nórdica de nacimiento.
Aunque no le miento al decirle: fuese de donde fuese igual la hubiese enamorado.
Ya podrá imaginarse que hacía días andaba como un
cazador al acecho por lugares que frecuentan las gringas: plazoletas, cafetines,
tabernas y complejos arqueológicos, hasta la noche de ayer en que
la pude encontrar. Lo interesante de ella, como usted pudo comprobar, es
que hablaba español. Dijo haberlo aprendido durante su estadía
en Cataluña, veraneando en las tórridas playas de Costa Brava.
De no hablar español hubiésemos dialogado en inglés,
idioma que domino desde que me inicié en este oficio. ¿Qué
cuanto tiempo llevo brichando? A decir verdad deben ser como diez años.
Ahora recuerdo que la primera gringa que computé fue una sudafricana
que era un sueño de mujer y créame que por vez primera perdí
los papeles, mejor dicho me enamoré, hasta el extremo que la seguí
hasta Corumbá, en Brasil, donde se me acabaron los últimos
soles que tenía y tuve que regresar tirando dedo. Como ve,
no todo es felicidad en este oficio. Conozco a muchos bricheros que
de tan mala vida que llevaban envejecieron prematuramente y ahora las gringas
no darían un solo puto dólar por ellos. Continuando con la
nórdica, le diré que su profesión de sicóloga
-según ella, le ayudaba a conocerse mejor y por ende a los demás-
tampoco fue problema porque le cambié sus esquemas. ¿Qué
como fue? Pues se lo contaré. Con la gringuita utilicé una
vieja artimaña que siempre me dio buenos resultados. Se trataba
de convencerla de que este encuentro no era casual, sino que se debía
al magnetismo que irradía esta ciudad, haciendo posible que
esa noche nos encontráramos, pues hacía tiempo la conocía
en sueños. Sonriendo trató de explicarme sobre los sueños,
citando no sé si a Jung o Adler. Como ve, la gringa intentaba conducirme
al campo de la sicología. Entonces, para trastocarle sus teorías,
le manifesté que como iniciado en la práctica del conocimiento
del mundo mágico andino, tenía otra manera de percibir la
realidad. Y no era la realidad simple que ve la
Como afuera hacía frío, la abracé y caminamos bajo los portales de la Plaza de Armas,donde niños de rostros demacrados y soñolientos se acercaban a ofrecernos cigarrillos o pedirnos dinero. La noche era totalmente nuestra. Así, entre besos y abrazos, deambulamos por calles silenciosas hasta llegar al hostal en el que pernoctaríamos. En la penumbra de la habitación y echado sobre una cama matrimonial, empecé lentamente a desnudarla mientras la besaba y acariciaba. Todo marchaba a pedir de boca. Cuando me disponía a realizar el contacto final, usted me entiende, ocurrió lo inesperado. La gringa, abriendo desmesuradamente los ojos, se desprendió con violencia de mis brazos y,saltando de la cama, prorrumpió a gritar y lloriquear de una forma escandalosa que despertó al hostal. Como se podrá imaginar, yo estaba aturdido y desesperado por lo que acontecía, y temiendo que la conquista se truncara, me acerqué para tranquilizarla, pero la muy histérica, olvidándose de lo amorosa que estuvo, se me avalanzó como una gata enloquecida, intentando desfigurarme el rostro. Créame que nunca hago uso de la violencia y menos con mujeres indefensas. Por eso, no pensé que al atizarle el golpe la iba a dejar inconsciente. Cuando trataba de reanimarla y estando todavía en cueros, llegaron ustedes y sin mediar palabra alguna arremetieron a golpes, poniéndome de cara a la pared. Inútil fue protestar, ya que me callaron a punta de varazos y mentadas de madre. Lo demás usted lo sabe, porque estuvo cuando me trajeron esposado a esta comisaría. Ahora que se convenció de mi inocencia y de lo jodido que es ganarse la vida en este país, no dudará en dejarme en libertad, señor comisario.
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